Al comienzo del intercambio, cada vez que conocíamos a compañeros nuevos, una de las primeras preguntas que todos hacíamos era: ¿De que país eres? Algo a lo que los franceses respondían con: París. Como si no necesitasen decir nada más. Vivir en París no es lo mismo que vivir en Francia. Existe un orgullo enorme entre los parisinos, que está al limite de lo engreído, se consideran afortunados y superiores por vivir en lo que ellos mismos clasifican como la ciudad más bella del mundo. Una diferencia enorme para una santiaguina que siempre ha vivido en una cultura abajista. Pero si hay algo que aprendí de mis amigos internacionales es a querer a tu ciudad, solo porque es la que te tocó, y aunque no nos guste, nada lo va a cambiar, así que porqué no sentirnos orgullosos.
Tampoco hay que irse al extremo, pero París y su gente tienen esa vibra de superioridad que nadie les va a sacar nunca. Hago esta introducción para que comprendan un poco la postura con la que yo iba antes de llegar a París, básicamente la idea era: debe ser linda, pero nunca tanto. Error, aunque me cueste admitirlo, es lejos la ciudad más hermosa en la que he estado.
Como fuimos cuando el semestre ya se había acabado, la mayoría de los de intercambio habían vuelto a sus casas, así que tuvimos la suerte de juntarnos con mis amigos franceses, Julien y Camille una vez que llegamos. Ellos nos mostraron lugares distintos de París y nos contaron datos que solo los locales conocen. Caminando cerca del Louvre, Camille nos mostró la fuente en la que Andrea Sachs lanza su teléfono, rechazando la llamada de Miranda Priestly (Meryl Streep) en la mítica película de moda "The devil wears prada". Algo que solo una contemporánea fanática de las comedias románticas podría saber (no se preocupen si no entienden la referencia, Julien también quedó marcando ocupado con el dato) Pero la Jose y yo fuimos felices de ver en la vida real, una parte de la escena más recordada de la película. Increíble como el cine une fronteras.
El primer y segundo día caminamos muchísimo por París, como se podrán imaginar visitando todos los lugares emblemáticos de la ciudad. Nuestro piso estaba super bien ubicado, a 5 minutos de la estación del metro Pigale, y muy cerca de Montmartre. Ya sé que he dicho esto antes, pero ahora si que es en serio, yo feliz viviría ahí.
Hay una sola cosa con la que discrepo con los franceses (y probablemente con la mayoría del mundo occidental) pero el museo del Prado es mejor que el del Louvre. Que nadie me crucifique por mi opinión, que este es un espacio seguro donde todos podemos convivir aunque tengamos ideas fundamentalmente opuestas, pero el Louvre no me impresionó mucho.
La mona lisa si, bonita, pequeña, lo típico que dicen todos, pero el resto no me dejó muy asombrada. La verdad es muy agobiante la cantidad de pinturas, como que trataron de meter todo lo que podían y el lema "cantidad no es calidad" se lo guardaron en el bolsillo. Entremedio hay pinturas bellísimas, que quedan apocadas y como que se las traga la pared empapelada en artistas europeos. La sensación que tuve en el Louvre no es ni la cuarta parte de lo que me produjo el museo madrileño.
La torre Eiffel es otro cuento, y es que se te pone la piel de gallina al verla. Mi primer avistamiento de la torre fue en el avión camino a Berlin, cuando sobrevolamos París y el piloto anunció por parlante que se alcanzaba a divisar el monumento, iluminado porque era de noche. Yo no sé como el avión no se dio vuelta porque todos los pasajeros nos abalanzamos hacia el lado izquierdo para poder verla, y aunque era en tamaño hormiga, me emocionó.
Por lo tanto el ultimo día nos instalamos con una botella de rosé en el Campo de Marte, a descansar y ver el anochecer, esperando a que se iluminara la torre. Y así fue, como a las 11:00 de la noche, miles de luces titilantes iluminaron todo, fue un espectáculo increíble, y yo pensé que era muy injusto que algunos pudiesen ver esa maravilla todos los días.