A excepción de Wes Anderson y el título de su película, yo no conocía nada de Budapest. Europa del este en general no es muy famoso en nuestro lado del mundo, me imagino que por motivos político-económicos, o quizás solo porque está lejos. No es necesario ponerme conspiracionista, la guerra fría ya se terminó, aunque después de Berlín quedé rayando con el tema.
Llegué a la capital húngara sólo por recomendación de una amiga y porque era bastante barata. Mi sorpresa fue enorme al encontrarme con que Budapest es una ciudad tan bella. Nos quedamos en un piso pequeño, perfecto para lo que necesitábamos, a unos 50 metros de la estación de metro, el cual casi no usamos porque nos movíamos a pie. El centro de Budapest no es muy grande. La calle principal estaba llena de las tiendas más exclusivas, de esas con las que uno sueña pero que jamás se acercaría ni a la vitrina, porque hasta eso se escapa del presupuesto. Nuestro departamento estaba en el barrio de Pesh, y al otro lado del Danubio se alzaba Buda. Supongo que ya queda claro de donde viene el nombre de la ciudad. Para cruzar hay 4 puentes, siento el más impresionante el puente de las cadenas, que tiene leones en ambas puntas. El arquitecto se suicidó tirándose al Danubio el día de la inauguración porque todos se preguntaban dónde estaban las lenguas de los leones. Al parecer, un león no es león en Budapest a menos que se le vea la lengua. Y bueno, siendo los artistas temperamentales como son, no quedaba otra mas que ahogar la verguenza en el río. Todo esto lo sé porque nos lo contó la chica que guiaba nuestro city tour. Todos los city tours eran obligatorios y reservados por mi hermana, que era bien estricta en cuanto a los horarios y las formas en que veíamos las ciudades. Aunque al final siempre está super bien tener un local que te cuente la historia de su ciudad, te haga un recorrido por los lugares imperdibles y te dé tips de dónde comer barato y dónde es buena la fiesta. Esto último resultó importantísimo porque Budapest tiene mucha fiesta. Y por supuesto, salir de carrete en Europa del este no tiene nada que ver con una fiesta latina. Fuimos en la noche al barrio judío, que correspondió en tiempos de persecución al guetto en donde los judios eran obligados a vivir. Ahora de eso sólo queda la Sinagoga, como recordatorio de lo que ocurrió, y también las casa de cambio, con precios muy convenientes. El bar al que fuimos se llama Szimpla Kert y es super famoso porque antes fue una casa en ruinas, que al igual que varios otros bares, se las tomaron y los convirtieron en lugares para ir a bailar. Tenían una onda super diferente, entre casa okupa con paredes ralladas y pista de baile con barra de cócteles y vinos.
Lo unico que me falta por contar son las construcciones, porque uno se topa con edificios enormes y hermosos a lo largo de toda la ciudad. El más impresionante para mí, es el ex castillo de Buda, que después de alguna ocupación otomana, turca o cristiana quedó den ruinas. La verdad ya no recuerdo quien fue el que la destruyó, pero basándome en el historial de cada grupito, me inclino por que fueron los cristianos. La cosa es que ahora se alza sobre un pequeño cerro, un fuerte enorme que se ve desde toda la orilla de Pesh, es hermoso. Por supuesto también está el parlamento, que es como la postal típica de Budapest y que también es bellísimo. Ese lo pudimos ver super bien porque tomamos un botecito tipo transantiago húngaro y pasamos frente al bonito palacio, con lo que conseguí unas fotos bastante profesionales para mi celular.
No logré superar la impresión que me causó Budapest y hasta que llegué a París, yo pensaba que era mi ciudad favorita.
También contribuyó a mi fascinación por la ciudad la comida ¡Que era exquisita! Entre otras cosas, comimos langos, la denominada pizza comunista, que es una masa frita de harina y papas, y con salsa agria y queso parmesano encima, con un toque de ajo. Liviano? No, pero buenísimo, yo fui feliz, la Jose no tanto.