Atención: el siguiente post contendrá una alta cantidad de palabras como hermoso e increíble, con sus respectivos sinónimos. No hay otra forma de describir Marruecos.
Nunca se me habría ocurrido que yo iba a terminar sentada arriba de un dromedario en el desierto del Sahara, pero así fue. Como dice TNT, pasa en las películas, pasa en la vida real, y esta experiencia fue super fantástica.
El viaje a Marruecos fue idea de la Monse (para los desmemoriados, es mi amiga mexicana). Cuando me lo propuso yo no tuve que pensarlo dos veces. Y nos pusimos a buscar fechas que calzaran, porque ya estamos terminando el semestre y se venían todas las pruebas. Nosotras tenemos las prioridades bien puestas, exámenes hemos rendido muchos a lo largo de nuestras vidas, pero estar a 1.300 km de Marrakesh no se iba a repetir, así que tomamos un tour bastante barato de cinco días recorriendo el país africano. Se nos unió una amiga de Guadalajara de la Monse, que era súper simpática. Y ahora puedo decir con orgullo que he estado en tres de los cinco continentes y que no descansaré hasta completarlos todos (sorry papás).
Llegamos tarde al aeropuerto de Marrakesh, y los del tour nos fueron a buscar y nos llevaron a un hotel que estaba bastante bonito, y quedaba al frente de la Mezquita. Teníamos vista privilegiada. Luego de unas pocas horas de sueño, nos levantamos muy temprano para empezar el camino hacia el desierto. El destino final era Merzouga, pero no íbamos a llegar hasta dentro de dos días.
Después de unas horas viajando en Van, llegamos a nuestra primera parada: Aït Ben Haddou; La ciudad amurallada. Es una construcción del 1.100 d.C que está en la mitad del desierto, como a 100 km de Marrakesh. Era increíble, con razón tantas películas han tenido su escenario ahí. Es como transportarse en el tiempo, te da la sensación que desde hace siglos nada ha cambiado.
Esa sensación la tuve casi todo el viaje. Sobretodo por la gente y su idiosincrasia. Es difícil ver en las calles tantas mujeres tapadas, algunas solo el pelo, pero otras todo el cuerpo, hasta la cara y las manos. Yo no me voy a ir a meter a otro país a criticar su cultura, sus tradiciones y sus costumbres, pero no puedo evitar que me sorprenda y hasta me enoje un poquito.
Uno de los guías nos explicaba que la mentalidad de ellos es muy distinta a la occidental. Las mujeres tapadas se sienten libres, al contrario de lo que uno pensaría. Y es que al andar así, casi invisibles, nadie las molesta. Ni si quiera las reconocen, entonces pueden caminar tranquilas en las calles desde su anonimato. Claro que tiene mucho sentido, porque para una mujer caminar por Marruecos es toda una odisea.
Realmente Ulises no se la sufrió nada comparado con nosotras. A lo más me identifico con Penélope, que es la verdadera heroína, aguantando a un montón de hombres aprovechadores, porque a nosotras nos hablaban todo el tiempo, nos molestaban, nos decían "piropos", nos gritaban cosas, nos perseguían por cuadras y hasta nos sacaban fotos, como si fuéramos un espectáculo andante. El autodenominado sexo fuerte piensa que nosotras existimos solo para su entretención.
Era casi un experimento social salir a las calles, y yo me recitaba cinco mantras para no mandarlos a la cresta un ratito. Y casi sin darme cuenta, empecé a salir cada vez mas tapada. Todo calza pollo, las burkas tienen mucho sentido ahora.
Volviendo a la locación de La Momia, Babel y Gladiador, Aït Ben Haddou era impresionante, caluroso, seco, desértico y rojizo. Como que se camuflaba con el desierto.
Luego de llegar hasta la parte más alta, bajamos a almorzar a un restaurant y pedimos Tanjir de pollo y cuz-cuz. Un poco al azar porque el menú estaba en francés y ahí si que yo me declaro ignorante.
Como pude comprobar a lo largo de todo el viaje ¡La cocina Marroquí es exquisita! Y ya que los desayunos y las cenas venían incluidos, mis amigas y yo volvimos con kilos extras. Nada que una semana a base de comida del Eroski no pueda solucionar. Después de reposar un ratito y hacer espacio para un helado, seguimos nuestra ruta hacia las gargantas del Dades, donde íbamos a pasar la noche. En la tarde, llegamos a un hotel increíble! Estaba ubicado justo entre dos paredes de piedras altísimas.
Permítanme hacerles una panorámica de la situación: El Dades es un río, y como suele ocurrir con algunos río, erosionó la roca a lo largo de su trayecto, dejando un cañón muy profundo. Y nuestro hotel estaba nada más y nada menos que junto al río, metido entre las altísimas piedras.
Hasta aquí todo era perfecto, excepto por un pequeño detalle; en el tour íbamos con un grupo de 3 argentinas que hacían necesaria una redefinición de la palabra tonta. Nada que hacer con eso, tuvimos que soportar sus comentarios racistas, sexistas y huecos todo el camino. Pero ya después de un rato empezamos a reírnos de la situación, y terminamos entreteniéndonos intentando descubrir el límite de la estupidez humana (la evidencia empírica sugiere que el límite no existe).
Nuevamente comimos delicioso, aprovechamos la terraza del hotel con vista a los barrancos del Dades y después nos fuimos a dormir, emocionadísimas porque al día siguiente estaríamos en la mitad del desierto.
*Comentarios sobre las fotos:
1- en las fotos en el Valle del Dades, pueden notar que el camino parece una culebra abriéndose paso entre las rocas, lo que significó que yo estuve mareada 2/3 del viaje.
2- en las fotos de Aït Ben Haddou, la ciudad antigua está separada de las construcciones más nuevas por una carretera. Los edificios que se ven al otro lado del camino no son parte de la ciudad amurallada.