El momento más esperado del viaje para mí había llegado, y por fin partimos a Venecia. Cuando supe que me venía de intercambio, hace casi un año, me puse algunas metas y una de ellas era llegar a Venecia. Así que imagínense mi emoción, no sé como explicarla.
Esta vez, no íbamos en tren si no que en bus (no voy en tren, voy en avión). El problema es que cerca de Venecia hay como 3 paradas distintas y por supuesto, nosotros no teníamos idea de en cual bajarnos. Pero siendo los italianos personas muy simpáticas y dispuestas a ayudar, teníamos a tres pasajeros distintos, dándonos instrucciones en una mezcla de italiano, inglés y algo de español. Obviamente en mí recaía toda la responsabilidad de traducir, porque mis amigos eran malitos para en inglés y absolutamente nulos para el italiano. Así que nos bajamos donde yo entendí que nos teníamos que bajar, y luego guié al grupo hasta una estación del Vaporetto, para desde ahí dirigirnos a la Piazza San Marcos.
Hay formas más fáciles de llegar a Venecia, uno puede tomar un tren o bus hasta la Stazione di Santa Lucia y listo, ya estás en la isla. Llegar en Vaporetto es más difícil y más caro (cuesta 7 euros) pero definitivamente es muchísimo más bonito. Además nos tocó justo la puesta de sol mientras navegábamos hacia la Piazza y yo no daba más de la emoción. Y bueno, a veces hay que ponerse llorona no más, así que saqué mis pañuelos desechables disimuladamente y me puse a llorar al ver Venecia por primera vez ¿Vergüenza? si mucha, pero a veces hay que ceder frente a los sentimientos, así que cual hormiguita cantora, llora que llora. Eso sí, si alguien me pregunta lo voy a negar más que Pedro antes de que cante el gallo.
Da lo mismo lo mucho que la gente que ha estado en Venecia te diga lo lindo que es, no importa cuantas fotos hayas visto, ni cuantas horas de investigación turísticas le hayas dedicado. La belleza de Venecia no se puede explicar, hay que estar ahí. Yo no lo podía creer.
Nos quedamos en otro AirBnB (explicación de esto en el post de Florencia) que no era tan lindo como el de Florencia, pero que daba a un canal con botecitos y ventanas con flores ¿Qué más se puede pedir? Estábamos ubicados como a 10 minutos al este de la Piazza San Marco. Salimos esa noche a caminar, pero la verdad ya era mas o menos tarde y no había mucho abierto. Además estábamos muy cansados, como siempre. Comimos pizza, tomamos unas cervezas y nos fuimos al sobre.
Al día siguiente partimos muy temprano a conocer la ciudad, y mi mamá tenía razón, da lo mismo a donde uno vaya, todo en Venecia es lindo. Yo tenía la idea metida en la cabeza de que tenía que llegar a la casa de los nonos, así que partimos caminando al otro lado de la isla, después de hacer la rigurosa parada en la Plaza San Marcos.
Vimos el puente de los suspiros, pasamos por el gran canal y seguimos nuestra travesía hasta la casa de mi abuela ¡Y lo logramos! Después de ver fotos de mi linda familia, parados frente a esa puerta ¡Era mi turno de sacarme la foto de rigor! Estaba super contenta y emocionada. Esa parte del viaje fue demasiado importante para mí, y me acordé mucho de todos en Chile. Ya vamos a conversar sentados a la mesa, después de un rico almuerzo de esto y de muchas otras cosas más.
Fui la única valiente del grupo que se atrevió a alimentar a las palomas en la plaza. Tal vez no es un tema de valentía, si no que más de salubridad, pero mis papás insistieron, y les encontré toda la razón. No quería tener que contar en mis aventuras post viaje, que no me atreví a alimentar a las palomas venecianas. Así que dejé de lado mis pensamientos sobre enfermedades infecciosas transmitidas por estos ratones alados, molí unas galletas y me paré en la mitad de la Plaza. Y como soy exagerada, grité un poquito cuando sentía que se me paraban por todos lados. En realidad valiente no fui, pero de que alimenté a las palomas, las alimenté.
La verdad yo no tenía muchas ganas de partir esa noche a Verona, me hubiese quedado feliz en Venecia (me quedaría a vivir en realidad). Antes de partir eso si, tuvimos la mejor comida de todo el viaje, en un restauran muy bonito y pequeño que tenía un menú de pastas muy rico y un mesero ídem.
Así me fui de Venecia, feliz y con un sentimiento de logro muy grande, pero por sobretodo, con muchas ganas de volver.