En Pisa vivimos el momento mas extremo de nuestro viaje. Como estábamos en modo ahorro, a mis amigos se les ocurrió abaratar costos durmiendo en la estación de trenes. Nuestro tren salía a la 1:00 am de Roma, y llegábamos como a las 3:30 am a nuestro destino. Luego de eso, esperaríamos ahí mismo hasta que fuese de día para ir a ver la torre.
El problema es que ninguno de nosotros había estado en Pisa, por lo tanto no conocíamos las características físicas de la construcción que nos albergaría. Una movida un poco arriesgada y que terminó siendo más difícil de lo que pensábamos. Nuevamente les recuerdo que yo no tuve nada que ver con estas desiciones ¡A mi que me registren!
Llegamos a la estación y por supuesto estaba cerrada. La típica parte donde venden los boletos, hay taquillas, información y muy importante asientos y baños, tenía el cartel que ninguno de nosotros quería ver "CERRADO".
No sacábamos nada con echarnos a morir en esos momentos. Así que buscamos una parte entre los andenes que tenía techo y nos sentamos en el suelo a esperar que algo abriera. Dos cosas me atormentaban más que cualquier otra; primero me moría de frío, segundo no aguantaba más las ganas de hacer pis. Abrí mi maleta y me puse todos los chalecos que llevaba. Esto no es una exageración, yo viajaba con una maleta de manos pequeña por lo que literalmente me puse todo lo que tenía. Y dormimos ahí, a lo vagabundos, encima de nuestras maletas porque lo único que nos faltaba era que apareciera algún amigo de lo ajeno y se las llevara.
Tipo 6:00 o 7:00 de la mañana y cuando mi vejiga estaba a punto de explotar, un pequeño café abrió afuera de la estación ¡Nuestra salvación! Yo veía el cafecito como iluminado por una luz celestial, y mas encima cuando entramos estaba calentito y con rico olor. Fue el paraíso, solo faltaba que San Pedro nos abriera la puerta. Nos instalamos ahí y con todos nuestros bolsos ocupábamos la mitad del local. Pedimos comida, la clave del wifi, usamos el baño y sentimos que revivíamos. Nos quedamos ahí como hasta las 8:00 am abusando de la hospitalidad de la señora italiana que atendía y partimos a ver la torre. Antes de irnos nos arreglamos un poco, porque teníamos unas caras que delataban las pocas horas que habíamos semi-dormido. Nada que el maquillaje no pueda cubrir. Recordemos que las fotos serán para la posteridad, así que hay que hacer un esfuerzo por salir bien. Antes muerta que sencilla.
Nos demoramos como 20 minutos caminando, despertando a toda Pisa con el ruido de las rueditas de nuestras maletas. Pero al fin estábamos frente a la torre de Pisa, la catedral y el baptisterio. Hermoso todo, tan blanco, limpio y pulcro, grande, casi brillante. Lo mejor de todo es que éramos los únicos ahí, teníamos todo el lugar para nosotros. Después de haber batallado con turistas todo el tiempo, tener las atracciones casi privadas era maravilloso.
No pudimos subirla por un tema de presupuesto, pero aprovechamos de sentarnos por ahí con la torre de background y de realmente disfrutar el momento.
Aparte de la torre, no hay mucho que ver en Pisa. Pero aprovechamos de lo más bien nuestro día ahí, porque justo había una feria en la plaza principal, así que paseamos y comimos exquisito. El menú de ese día incluyó pastas (obvio) y también comida austriaca de la feria, que estaba súper buena. Además de helados y cannolis, imposible no acordarme de mi papá con eso ¿Quién más me iba a entender cuando dijera "Leave the gun..."? ciertamente mis amigos quedaron marcando ocupado con mi cita de El Padrino, y es probable que la imagen que tienen de mi se haya vuelto un poco más nerd después de eso.
Si soy honesta, lo pasé super bien, pero la falta de sueño empezó a notarse en la tarde. Aunque todavía no era tiempo de descansar. Yo no lo sabía en ese momento, pero nos quedaban muchas horas en pie todavía. Continuamos con nuestra travesía Italiana y pusimos un montón de alarmas en los celulares, porque estábamos tan cansados que seguro nos íbamos a dormir profundamente en el tren con dirección a Florencia.